Essau Landa

Escritor

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Ciudad Graffiti Animal de Polvo

(Coediciones OXEDA/Nueva York Poetry Press)

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Como azquiles por la espalda del animal, recorremos ese laberinto. Serl a hormiga, ser también el monstruo de muchos ojos, ciempiés desintegrado, arrastrándose por túneles y por las calles de concreto. Toma el camión, toma el metro, es partícula, pero contiene una ciudad. En esta otra clase de mirmecología, observamos una de esas criaturas defectuosas, un hombre de ciudad, oficinista, arrastrando las repeticiones de añorar la suficiencia, o un oasis… si tan solo no estuviera escrita en él esa condena: la necesidad desesperada por el Otro. La pérdida como uno de los temas fundamentales; o, mejor dicho, el trauma de una pérdida como detonante ante la introspección, el terremoto, esa bomba en el pasillo. El desplome de una minuciosa estructura de vida, que obliga a cuestionarlo todo, y nos orilla a sumergirnos en ese mar donde somos una burbuja, un diminuto planeta de aire que busca emerger de un océano obsesionado con hundir los barcos. La voz poética es como un disco que brinca, intenta estabilizarse en medio de una convulsión, lucha inútilmente por reproducir esa música: la rutina tatuada en él, pero ya rayada, contaminada por la ausencia, trastornada como la ciudad que recorre; anda entre las cicatrices: cráteres, grafitis y recuerdos. Pero esa ruptura es el pretexto; el hilo que se rompe, destrozando su monotonía kafkiana. Esférica, poliédrica y rampante, la existencia como círculo de lemmings en tumulto, que tiene como único final la decadencia.

Mariana Moncada Delanda


The Fish o la otra Oda para la Urna Griega

(COLECCIÓN MUSEO SALVAJE)

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Essaú Landa (Ciudad de México, 1991) nos recuerda en este poemario lo profundo y pesado que puede ser el mar de la añoranza. Antes de entrar en sus aguas “…light a cigarette and you are the ashes!” pesa como una advertencia clara: este libro es un mapa que nos guiará en medio del paisaje de una batalla entre lo natural y la ciudad, como fuerzas semejantes que se invaden y contrapelen en fronteras que nos dejan indecisos sobre nuestra nacionalidad en esta contienda, y cuál de los fantasmas que habitan estas páginas, es el nuestro. Es también una arriesgada apuesta a los lenguajes; uno tras otro los versos retan la fortuna de lo seguro, sabiéndose caballos ganadores en el quehacer cuidadoso del poeta, emergiendo a la superficie porque no tienen otra opción. “Bebo el agua porque tengo aquí unos versos / calentándome la boca / escribí los versos en mi palma / en mi boca la ceniza y un cigarro...” Y después de todo esto, en el circulo central de esta oda: la amada; y después al río, que desde el mar intenta regresar a ella para apagar el incendio que duerme en sus avenidas, fuera de los teatros y bajo las banquetas, esperando por una moneda o soñándose “…ahogado entre los cisnes…”.

Luis Rodríguez Romero


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